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A la memoria de Mario, Elsa y Carlos

Viernes 19 de mayo de 2017

Por: Laura Barreto en CCJ


"Trataron de enterrarnos, no sabían que éramos semillas" - Proverbio mexicano.

La declaratoria de lesa humanidad de los homicidios de Mario Calderón, Elsa y Carlos Alvarado y la tentativa de homicidio de Elvira Chacón de Alvarado responde al clamor manifiesto contra la impunidad que desde hace veinte años las familias Calderón y Alvarado reclaman, que a la fecha no ha sido contestado y es una deuda que el Estado tiene con la justicia.

La investigación que se adelanta ha vinculado un militar, un paramilitar y la justicia ordinaria ha condenado a un autor material de la masacre: uno, de cuatro que irrumpieron en el apartamento de la familia disparando la madrugada del 19 de mayo de 1997, segando la vida de Elsa, Carlos y Mario.

¿Por qué exponerse siendo defensor de Derechos Humanos en un país como Colombia, en el que defender la dignidad parece una tragedia anunciada? Porque resulta insoportable vivir en una sociedad inequitativa, tanto que se hace imperativo hacer algo al respecto, porque cuando los derechos de un individuo no están garantizados, corren riesgo los derechos de todos.

Anteriormente me referí al peligro de la estigmatización de la defensa de los Derechos Humanos y su consecuencial persecución estatal y paramilitar, noticia que -pese a la aflicción que pueda suscitar- no es novedad. La tragedia que nos ha arrebatado mentes brillantes no es de esta década, ni era de los noventas, ni de los ochentas. El exterminio nos persigue desde hace muchísimos años. Las listas siguen engrosándose, pareciera que el calvario de la predecible muerte acecha nuestra historia desde sus inicios y el ciclo parece interminable.

Mario y Elsa entendían esto, sentían en su espíritu el agobio de la desigualdad, dedicaron su vida al cambio en favor de la justicia y fue este trabajo por el fortalecimiento social y la reducción de las brechas divisorias los que los hicieron objetivos de los grupos paramilitares que, en connivencia con miembros oficiales de las Fuerzas Armadas, los llevaron a su reprochable fin en la guerra más leonina e infame.

Como sacerdote jesuita en Córdoba, a mediados de los años ochenta, Mario trabajó con la comunidad de Tierra Alta. Desde entonces ya sufría amenazas y atentados por parte de paramilitares que ocupaban la zona y veían con recelo su trabajo de empoderamiento a las comunidades campesinas e indígenas, hasta que en 1989 fue asesinado frente a la Parroquia el sacerdote Sergio Restrepo Jaramillo y Mario fue trasladado al CINEP en Bogotá, donde se desvincularía de la Orden religiosa y conocería tiempo después a Elsa. El asesinato del Pbro. Sergio Restrepo hoy sigue hundido en la completa impunidad.

Elsa era comunicadora y estaba convencida de que los medios fungían como consciencia colectiva, generaban canales de diálogo entre los sectores públicos, logrando el derribo de las barreras que nos ha impuesto la violencia causada por la desigualdad, la misma de la que finalmente fue víctima.

No basta el reconocimiento de la calificación jurídica de estos hechos como de lesa humanidad. Si queremos finiquitar esta espiral de muerte que nos sofoca, se hace absolutamente inexcusable nuestra reacción, uniéndonos al manifiesto contra el olvido y que en conjunto hagamos de la paz, la utopía posible que Mario y Elsa soñaban, la que no pudieron ver hecha realidad.

Decía Hanna Arendt que "sólo la pura violencia es muda, razón por la que nunca puede ser grande" [1], ojalá haya tenido razón y en Colombia logremos salir de este pantano de impunidad en el que nos ahogamos hace tantas décadas.

Referencias / Fuentes

[1] Arendt, Hanna. "La Condición Humana". Traducción de Ramón Gil Novales, pg. 40.

Acerca de Laura Barreto, Abogada

Abogada del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario con profundización en Derecho Constitucional, defensora de Derechos Humanos.

Ex integrante del equipo de Litigio y Protección Jurídica de la Comisión Colombiana de Juristas.

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