Han pasado treinta años, miles de días que no sabe el recuerdo, zonas empañadas de tiempo, desde aquella noche del 5 de junio de 1990 en que un vehículo del Ejército Nacional abordado por aproximadamente doce hombres, uniformados y de civil, atravesó las instalaciones de la empresa “Las Brisas” e incursionó en la Vereda La Solita, municipio de Campamento, Antioquia. Su destino era el hogar en que vivían y dormían nueve miembros de la familia López; su propósito, el exterminio.
La génesis de los hechos obedeció al constante empeño estatal de acallar a quienes piensan diferente. Meses antes de la aciaga noche, a finales de enero de 1990, la familia López debió desplazarse desde su lugar de residencia en Puerto Valdivia hacia la vereda La Solita por las constantes amenazas que venían recibiendo junto con otros campesinos de la zona, simpatizantes de la UP. Tales amenazas se concretaron en la masacre de Puerto Valdivia del 18 de abril de 1990 en la que miembros del Batallón de Infantería No. 10 de la IV Brigada del Ejército detuvieron, torturaron, asesinaron e hicieron pasar como miembros de las FARC–EP abatidos en combate a cinco campesinos residentes en la finca “La Esperanza”.
Los hostigamientos a los campesinos, entre los cuales se encontraba la familia López, continuaron, y la brutal persecución llegó hasta su nuevo hogar ubicado en la vereda La Solita. Al arribar a la casa, los militares tocaron la puerta y, ante la negativa de Martha María López Gaviria de abrirla, lanzaron varias granadas y dispararon indiscriminadamente al interior de la morada durante al menos dos horas. En el ataque perdieron la vida Marta María López Gaviria, Luis Gildardo López Gaviria, Elvia Rosa Velásquez Espinoza, Hernán Quintero y dos niñas, Ana Yoli Duque López y Marta Milena López. Darwin Cristóbal López, de ocho años de edad, y Renzon Antonio Duque Velásquez, de dos meses, resultaron heridos, pero sobrevivieron, como también lo hizo Francisco Luis Duque.
El transcurso del tiempo se ha visto acompañado de dolor, zozobra, nuevas intimidaciones y persecuciones a los familiares sobrevivientes, así como de una absoluta impunidad. El desdén e indiferencia estatal para investigar los hechos y dar con el paradero de los responsables ha sido total y la posibilidad de llegar a conocer la verdad de lo ocurrido –teniendo en cuenta que gran parte de la evidencia probatoria ha sido destruida o escondida en diversas instancias de la investigación– se vislumbra como un camino cada vez más turbio y pantanoso, sobre todo para María Eugenia López quien no descansa en su anhelo de justicia. Por estas razones este caso fue presentado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, esperando que, a futuro, se ilumine la penumbra mantenida por el Estado.
Y así como el ser humano es inmortal en la memoria de quienes quedan, los hechos y las víctimas de la familia López permanecen en el recuerdo de María Eugenia, Darwin Cristóbal y Renzon Antonio quienes, a pesar del tiempo, la congoja y el temor no han desistido en la labor de sacar los hechos del olvido. Por ello conmemoramos esta fecha y los hechos conocidos como la “masacre de Campamento”, porque, como lo cantó Whitman y lo refrendó Borges, la humanidad es nuestra patria y nuestra humanidad está en sentir que somos voces de esta misma penuria, acompañantes de esta misma causa y caminantes perennes de oscuros y estrechos senderos que anhelan un fulgor: el de la no repetición. No habremos de dejarlos solos.
Comisión Colombiana de Juristas
6 de junio de 2020