Hoy, 12 de julio, hace veintiún años se produjo la toma guerrillera de la estación de policía de Cucutilla, municipio ubicado en el centro del departamento de Norte de Santander. El ataque fue organizado y planificado por los frentes 22, 33 y 45 del Bloque Magdalena Medio de las FARC-EP. Se organizaron alrededor de 300 hombres de las extintas FARC-EP e iniciaron la arremetida en horas de la noche, aproximadamente a las 7:30 p.m. Sin mediar palabra alguna, un despiadado ataque en contra de la estación que era custodiada por quince agentes de policía fue desplegado.
“Quince horas de extremo terror”, así han descrito las víctimas los angustiosos momentos que vivieron a lo largo de la incursión. Parecía que el ataque no buscaba simplemente reducir o limitar la capacidad de la fuerza policial, sino eliminar y no dejar rastro de los seres humanos que allí se encontraban. Según cuentan las víctimas, se usaron armas de todo tipo, como cilindros de gasolina, bombas incendiarias y ametralladoras pesadas, que causaron graves daños a la estación y sus alrededores.
¿Por qué nos dejaron solos? Esta es una de las preguntas que aún circula por la mente de las víctimas. Es como si los hubieran dejado morir, pues a pesar de que la toma estaba anunciada, nunca recibieron ayuda por parte de las fuerzas militares. La población civil intentó acudir a la estación para ayudar a los heridos; sin embargo, fueron hostigados para que no se acercaran. Finalmente, hacia el mediodía del 13 de julio, los agentes decidieron que era mejor entregarse porque ya no tenían munición, aun sabiendo que lo que les esperaba no podría llamarse vida. Estuvieron retenidos ante los ojos de la población ocho días en el mismo municipio y nunca llegó la tan anhelada ayuda de las autoridades.
El resultado de la toma fue dos policías muertos, uno herido y ocho retenidos. Los policías retenidos estuvieron aproximadamente año y medio en poder de las FARC-EP. El trato que recibieron fue cruel y degradante pues fueron sometidos a amenazas, insultos y humillaciones.Se destaca que permanecieron más de tres meses sin recibir comida alguna y que los encerraban, a los ocho detenidos, en un espacio de dos metros por cuatro. Los clamores y ruegos de las familias de los retenidos fueron ignorados por las FARC-EP, quienes siempre los utilizaron como un simple medio de presión ante el gobierno. El 21 de enero de 2001 el Ejército rescató a los policías secuestrados; sin embargo, en medio del rescate los agentes Jhon Jairo Posse Zamudio y Alexis Enrique Vera Fajardo fueron asesinados, y el señor Víctor Julio Sierra desapareció. Hasta el día de hoy su familia sigue buscándolo.
El secuestro dejó huellas indelebles, dolores profundos y recuerdos que los uniformados que fueron víctimas quisieran olvidar. A pesar de esto, hoy narran su historia para pensar nuevos sentidos, y privilegiar la humanidad de quienes tuvieron que padecer estos vejámenes.
Ante experiencias extremas de violencia como las que han ocurrido en Colombia, donde el sentido de justicia y bondad se ha perdido, es necesario recuperar y resaltar el papel de la memoria; no como una búsqueda certera de un proceso a punto de finalizar, sino como una tarea profunda y permanente, que nos invita a movilizar la imaginación y la narración como caminos posibles para acceder a un mundo un poco más justo.